- No va a ofrecerme nada que ya no sepa - se dijo -, por tanto no debía preocuparse.
Pero, al cabo de dos horas, las llamadas eran tan impertinentes que su corazón se sobresaltaba y el miedo comenzó a invadirla. Sabía que si no cogía el teléfono no pasaría nada, que era cuestión de tiempo que se cansara.
Se cansó, sí, se cansó. Pero le instaló el temor en ese martes cualquiera.
Hasta ahora no le era fácil escuchar una llamada sin un pequeño sobresalto.
Pero por fin se ha decidido. El otro día me reuní con ella y la vi más fuerte. Ha tomado las riendas y ya no le afectan esas llamadas. Ha aprendido a respirar.
- Ahora soy más fuerte que él - me dijo -, aunque me llame, ya puedo afrontarlo.
- Por favor, cuéntame lo que ha pasado, cómo lo has hecho - le dije -.
- Él es dueño de míseras tretas, de un mísero teléfono. No lo es de mi corazón y mis ganas de vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario